domingo, 21 de agosto de 2011

Tras los rastros de Cleopatra


Tras los rastros de Cleopatra






Las leyendas cuentan que Cleopatra se suicidó con la mordedura de una víbora venenosa, pero tal como afirma el experto egipcio, nadie sabe con certeza cómo murió la faraona.
"Creemos que la idea de la víbora es algo romántica y le ha dado mucho misterio a su muerte, pero no estamos seguros de que realmente haya muerto así, como lo vemos en las películas.
"Lo cierto es que sí se suicidó, y la historia cuenta que cuando Octavio derrotó a Marco Antonio en Alejandría éste se suicidió. Cleopatra después trató de ganar el corazón de Octavio, pero cuando vio que no había esperanzas decidió también morir.
"Era una mujer sumamente ambiciosa y quería reinar el mundo desde Egipto".


Y a pesar de lo que dijo un equipo de expertos británicos hace dos años, que Cleopatra no era tan hermosa como se pensaba sino más bien era algo fea, el profesor Hawass afirma que el hallazgo reciente revela lo contrario.
"El busto que encontramos en Taposiris demuestra sus encantos, e indica que Cleopatra no era poco atractiva. Y creo que una mujer que logró atrapar los corazones de Julio César y Marco Antonio no pudo de ninguna forma ser una mujer fea", expresa el arqueólogo.
En la actualidad, un grupo de arqueólogos dirigidos por la dominicana Kathleen Martinez excavan en busca de los restos de Cleopatra y Marco Antonio. Los trabajos comenzaron en 2005 en un templo próximo a Taposiris Magna, la actual Abusir, una ciudad situada a 45 kilómetros de Alejandría.

La hipótesis para ubicar allí la tumba de la mediática faraona se basan en la identificación que Cleopatra siempre tuvo con Isis, diosa de la maternidad y fertilidad. Martínez buscó por la tierra del Nilo hasta en 21 lugares asociados a este culto. Uno de los sitios más sagrados donde se celebraban rituales en honor de dicha deidad era en el templo de Taposiris Magna. Por tano, Martínez está convencida de que sería el lugar perfecto elegido por Cleopatra para, según las creencias de la época, obtener la inmortalidad junto a su querido Marco Antonio. No sólo lo piensa Martínez. El poderoso Zahi Hawass, ministro de Antigüedades de Egipto, colabora y ha hecho suya la exploración. De momento han encontrado más de mil objetos, algunos de gran valor, como monedas de oro y bellas cerámicas.


Las excavaciones, cerca de un templo al occidente de la ciudad de Alejandría, comenzarán la próxima semana.
La historia de la reina egipcia y su amante romano ha cautivado a generaciones durante más de 20.000 años.
Ambos tenían grandes ambiciones para la formación de un imperio egipcio, pero tras ser derrotados por un ejército romano se suicidaron en el año 30 AC.
Ahora los científicos dicen que tienen evidencia de que la famosa reina y su general fueron enterrados juntos en un sistema de túneles debajo del templo de Taposiris Magna.


El equipo de arqueólogos egipcios y dominicanos que han estado trabajando en la zona en los últimos tres años, afirma que llegaron a esa conclusión tras el reciente hallazgo de tumbas que contenían unas 10 momias, un busto de Cleopatra, monedas con su imagen y una máscara que se cree perteneció a Marco Antonio.
Tal como dijo a la BBC el doctor Zahi Hawass, director del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, estos hallazgos demuestran que la ubicación es un sitio muy importante.


"El descubrimiento de este tipo de objetos demuestra que la gente que fue enterrada aquí fueron personajes importantes", afirma el arqueólogo.
"Por eso en semanas recientes alquilamos un equipo de escaneo por radar para analizar el suelo a unos 30 metros bajo la superficie y el radar mostró tres sitios donde podrían estar los restos y si tenemos suerte quizás encontraremos las tumbas de Cleopatra y Marco Antonio.
"Y si es así, podría ser el hallazgo arqueológico más importante del siglo XXI", afirma el científico.
Los hallazgos recientes fueron hechos en una serie de pozos profundos bajo el templo construido durante el reinado de Ptolomeo II (282 a 246 AC).
Marco Antonio se suicidó en agosto del año 30 AC después de perder la batalla de Actium y pocos días después Cleopatra decidió también acabar con su vida. Sus tumbas fueron escondidas y hasta ahora no habían podido localizarse.


"Murieron en un período de guerras y la gente de Roma no los quería, así que creemos que Cleopatra ordenó esconder ambas tumbas y éste parece ser el lugar perfecto".
Según Zahi Hawass, si realmente logran ubicar las tumbas y éstas están intactas podrían contener artefactos preciosos y muy valiosos.
"Cleopatra fue una de las mujeres más poderosas de su época -expresa el doctor Hawass- y con sus encantos atrapó los corazones de dos de los hombres más poderosos de aquel tiempo: Julio César y Marco Antonio, así que es probable que haya objetos importantes"
La ubicación de la tumba de Cleopatra es un misterio desde que se viese a la reina egipcia por última vez en su mausoleo, protagonizando la legendaria escena de su muerte, ataviada con las galas reales y la diadema y tumbada en lo que Plutarco describe como un lecho de oro. 


Tras el asesinato de César, el heredero de éste, Octavio, se disputó con Marco Antonio el control del Im­­perio romano durante más de una década; tras la derrota en Actium de Marco Antonio y Cleopatra, las fuerzas de Octavio entraron en Alejandría en verano del año 30 a.C. Cleopatra se atrincheró tras las gigantescas puertas de su mausoleo, entre acopios de oro, plata, perlas, obras de arte y otros tesoros que juró incendiar antes que dejar en manos romanas.

A ese mausoleo fue trasladado el primero de agosto Marco Antonio, agonizante tras clavarse su propia espada, para que pudiese morir en brazos de Cleopatra. Y tal vez fue en el mausoleo donde, unos diez días después de morir Antonio, la propia Cleopatra escapó a la humillación de verse derrotada y prisionera al suicidarse a los 39 años, supuestamente con el veneno de un áspid. El historiador romano Dion Casio dejó escrito que Cleopatra fue embalsamada al igual que Marco Antonio, y Plutarco apunta que, por orden de Octavio, la última reina de Egipto recibió sepultura junto a su consorte, el romano derrotado. Dieciséis siglos después Shakespeare proclamaba: «No habrá en la tierra un sepulcro que guarde / a una pareja tan célebre».


Y sin embargo ignoramos la ubicación de ese sepulcro. La atracción que Cleopatra ha ejercido sobre los artistas es inversamente proporcional a las exiguas aportaciones de la arqueología. Alejandría y sus inmediaciones han gozado de menos atención que otros enclaves más antiguos del curso del Nilo, tales como las pirámides de Gizeh o los monumentos de Luxor. Y no es de extrañar: terremotos, maremotos, un nivel del mar en ascenso, subsidencia del terreno, conflictos civiles y la reutilización de la piedra procedente de los antiguos edificios han aniquilado el que durante tres siglos fuera el hogar de Cleopatra y de sus antepasados. Casi la totalidad de la gloriosa Alejandría de entonces yace hoy bajo el mar, a unos seis metros de profundidad.

En las últimas décadas la arqueología se ha propuesto resolver el misterio, embarcándose de una vez en la búsqueda de la última morada de Cleopatra. Las excavaciones iniciadas en 1992 por el explorador francés Franck Goddio y su Instituto Europeo de Arqueología Submarina han permitido a los investigadores cartografiar las zonas sumergidas de la Alejandría antigua, sus muelles y explanadas, el terreno hundido que otrora ocupaban los palacios reales. Los hallazgos que han salido a la superficie (enormes esfinges de piedra, gigantescas losas de caliza, columnas y capiteles graníticos) avivan el deseo de comprender mejor el mundo de Cleopatra.

«Mi sueño es encontrar una estatua de Cleopatra, con su cartucho», declara Goddio. Pero hasta la fecha, la labor submarina no ha fructificado en el descubrimiento de tumba alguna. Los únicos rastros de Cleopatra son las cajetillas vacías de los cigarrillos homónimos que flotan en el agua mientras los buzos trabajan.
Más recientemente, un templo del desierto próximo a Alejandría se ha convertido en el se­­gundo escenario de la búsqueda, guiada por la posibilidad de que una reina tan calculadora y visionaria como Cleopatra se hubiese procurado una tumba en un lugar con una significación espiritual más profunda que el centro urbano de Alejandría, un lugar sagrado donde sus restos momificados pudiesen reposar en paz junto a su amado Marco Antonio.



En noviembre de 2006 Zahi Hawass, a la sazón secretario general del Consejo Superior de Antigüedades de Egipto, sacó de un cajón en su despacho cairota una hoja con el membrete del hotel Nile Hilton. En ella había esbozado los elementos principales de un yacimiento arqueológico que él mismo y un equipo de científicos y excavadores habían estado explorando el año anterior. «Buscamos la tumba de Cleopatra –dijo, entusiasmado–. Es la primera vez que se emprende la búsqueda sistemática de la última reina de Egipto.» Ese rastreo en concreto empezó cuando una dominicana de nombre Kathleen Martinez contactó con Hawass en 2004 y acabó compartiendo con él una tesis de su autoría: Cleopatra podría estar enterrada en los restos de un templo próximo a Taposiris Magna, la actual Abusir, una ciudad del desierto costero, 45 kilómetros al oeste de Alejandría.

Situada entre el Mediterráneo y el lago Ma­­reotis, la milenaria Taposiris Magna fue una floreciente ciudad portuaria en la época de Cleopatra. Sus viñedos eran famosos por el caldo que producían. El geógrafo Estrabón, quien visitó Egipto en el año 25 a.C., escribe que en Taposiris se celebraba un gran festival, seguramente en honor del dios Osiris. En las cercanías había una playa rocosa, cuenta, «donde se congregan en todas las estaciones del año multitudes en la flor de la vida».


«Antes de que empezáramos a excavar creía que Cleopatra estaría enterrada mirando hacia el palacio de Alejandría, en la zona de las tumbas reales», explicó Hawass. Pero los razonamientos de Martinez terminaron por convencerlo de que valía la pena explorar otra hipótesis: que Cleopatra tuviese la perspicacia de procurar ser enterrada con Marco Antonio en un lugar secreto donde nadie turbase su unión eterna.



Licenciada en derecho a los 19 años, Kathleen Martinez era profesora de arqueología en la Universidad de Santo Domingo, pero jamás había estado en Egipto ni manejado una paleta.
Desde que era muy joven, Martinez se propuso descubrir todo lo posible sobre la reina. Se empapó de los textos canónicos, en especial la crónica plutarquiana de la alianza entre Marco Antonio y Cleopatra. Saltaba a la vista que los romanos se habían propuesto presentarla (en el peor de los casos) como una déspota hedonista y libidinosa y (en el mejor) como una política manipuladora que había sembrado la cizaña entre las facciones rivales de la potencia romana emergente en su desesperado intento de preservar la autonomía de Egipto. También existía la posibilidad de que los investigadores modernos hubiesen pasado por alto indicios importantes de la ubicación de la tumba de Cleopatra.


«En las fuentes antiguas no se dice ni una sola palabra de dónde está enterrada –explica Martinez–, pero yo creo que ella misma lo dispuso todo a su manera, desde cómo vivir hasta cómo morir, e incluso la forma en que quería que descubriesen su cadáver.»
En 2004 envió un email a Hawass. No obtuvo respuesta. Como no estaba en su mano colarse en el despacho del egiptólogo oculta en una alfombra (cuenta la famosa leyenda que de este modo se las ingenió Cleopatra a los 21 años para acceder a Julio César en 48 a.C.), Martinez lo inundó de correos electrónicos, más de un centenar, calcula ella. Pero seguía sin obtener respuesta. Finalmente tomó un avión a El Cairo y consiguió entrevistarse con Hawass por mediación de un guía que había trabajado en el Consejo Superior de Antigüedades.


«¿Quién es usted y qué quiere?», le preguntó Hawass cuando ella se presentó en su despacho en otoño de 2004. No le explicó que estaba buscando a Cleopatra, temiendo que él la metiese en el mismo saco que a los lunáticos convencidos de que las pirámides son construcciones alienígenas. «Acceder a zonas vedadas al público», le contestó. Hawass la autorizó a visitar diversos yacimientos de Alejandría, Gizeh y El Cairo.
Martinez regresó a Egipto en marzo de 2005, y acudió a Hawass para comunicarle que la República Dominicana acababa de nombrarla embajadora cultural. Él se echó a reír y le contestó que era demasiado joven para ser embajadora. Kathleen le dijo que el año anterior había estado en Taposiris Magna y que deseaba volver. En las ruinas había restos de una iglesia copta, y los dominicanos estaban interesados en la historia del cristianismo. Hawass accedió de nuevo.


Después de fotografiar y recorrer el yacimiento, Martinez volvió a presentarse en el despacho de Hawass. «Tiene dos minutos», le concedio él. Había llegado el momento de mostrar sus cartas. Martinez le expuso su deseo de excavar en Taposiris. «Tengo una teoría», dijo, y por fin le confesó que creía que en Taposiris Magna podía estar enterrada Cleopatra.
«¿Qué?», exclamó Hawass, aferrándose a la silla. Un grupo de arqueólogos húngaros acababa de concluir una excavación en el yacimiento, y otro equipo francés había explorado las termas romanas al otro lado del muro del templo. Se proyectaba convertir Taposiris Magna en una atracción turística.
«Deme dos meses –contraatacó Martinez–. Verá cómo la encuentro.»

Cleopatra VII nació en Egipto, pero era descendiente de una estirpe de monarcas griegos que reinaba en el país del Nilo desde hacía casi tres siglos. Los Ptolomeos macedónicos son una de las dinastías más apasionantes de la historia, famosos no sólo por su riqueza y sabiduría, sino también por los cruentos desenlaces de sus rivalidades, el incesto y el fratricidio.

La dinastía de los Ptolomeos llegó al poder cuando Egipto cayó en manos de Alejandro Mag­­no, quien en un avance fulminante iniciado en el año 332 a.C. barrió el Bajo Egipto, desalojó a los odiados persas invasores y fue aclamado por los egipcios como libertador divino. Lo proclamaron faraón en la capital, Menfis. En una franja de terreno comprendida entre el Mediterráneo y el lago Mareotis trazó los cimientos de Alejandría, que haría las veces de capital egipcia durante casi un milenio.


Tras la muerte de Alejandro en 323 a.C., Egipto pasó a manos de Ptolomeo, uno de sus generales de confianza, quien, en una hábil maniobra, secuestró la carroza fúnebre que devolvía el cuerpo de Alejandro a Grecia y lo preservó en un santuario de la ciudad epónima. Ptolomeo fue coronado faraón en 304 a.C., en el aniversario de la muerte de Alejandro. Hizo ofrendas a los dioses egipcios, adoptó un nombre de entronización egipcio y se hizo retratar con los atributos de un faraón.
El mayor legado de la dinastía fue la propia Alejandría, con su avenida principal de 32 metros de ancho, sus refulgentes columnatas de caliza, sus palacios y sus templos portuarios dominados por el faro colosal de la isla de Faro, una de las Siete Maravillas del mundo antiguo. Alejandría no tardó en convertirse en la urbe más grande y sofisticada del planeta. Era un bullicioso crisol cosmopolita de egipcios, griegos, judíos, romanos, nubios y otros pueblos. Lo más granado del mundo mediterráneo acudía a estudiar en el Museion, la primera academia del mundo, y en la gran biblioteca de Alejandría.


Allí fue donde, 18 siglos antes de la revolución copernicana, Aristarco postuló su modelo heliocéntrico del sistema solar y Eratóstenes calculó la circunferencia de la Tierra. En Alejandría se tradujo por primera vez al griego la Biblia hebrea y el poeta Sotades el Obsceno descubrió los riesgos de la libertad de expresión al cometer la im­­prudencia de componer unos versos insidiosos sobre el matrimonio incestuoso de Ptolomeo II y su hermana. Lo lanzaron al mar dentro de un ataúd revestido de plomo.
El talento de los Ptolomeos para la intriga sólo era superado por su gusto por el boato más es­­pectacular. Si las descripciones del primer festival dinástico que celebraron los Ptolomeos hacia 208 a.C. son verídicas, hoy aquellos fastos habrían costado millones de euros. El desfile era una parafernalia de música, incienso, nubes de palomas, camellos cargados de canela, elefantes con botines de oro y toros con los cuernos revestidos con pan de oro. Entre las carrozas se contaba un Dioniso de cinco metros que vertía una libación desde un cáliz de oro.



¿Qué otro destino podía aguardar a aquella estirpe sino un declive estrepitoso? Para cuando en 51 a.C. ascendió al trono Cleopatra VII con 18 años, el imperio ptolemaico se desmoronaba. Se habían perdido Chipre, Cirene (en el este de Libia) y partes de Siria; el ejército romano no tardaría en acuartelarse en la misma Alejandría. Y aun así, pese a la sequía, el hambre y el estallido de conflictos civiles, Alejandría seguía siendo una ciudad rutilante comparada con la provinciana Roma. Cleopatra estaba resuelta a reavivar su imperio, pero no a costa de frenar el poder creciente de los romanos, sino haciéndose útil para ellos, surtiéndolos de naves y grano y sellando su alianza con el general romano Julio César mediante un hijo en común, Cesarión.


Cleopatra Filopator Nea Thea, Cleopatra VII (en griego: Κλεοπάτρα Φιλοπάτωρ), fue la última reina del Antiguo Egipto de la dinastía Ptolemaica, también llamada dinastía Lágida. Dicha dinastía fue creada por Ptolomeo I Sóter, general de Alejandro Magno, y fue también la última del llamado Periodo helenístico de Egipto.
Cleopatra nació hacia el año 69 a. C. y murió en el año 30 a. C. Era hija de Cleopatra V Trifena y de Ptolomeo XII Auletes, de quien heredó el trono en el año 51 a. C. en torno a la edad de 18 años, junto con su hermano Ptolomeo XIII, que contaba con tan sólo doce años, y que sería además su esposo (hecho frecuente en los matrimonios regios ptolemaicos).












Cayo Julio César (Latín: Gaius Iulius Caesar Roma, Italia, 12/13 de julio de 100 a. C. – Ibídem, 15 de marzo de 44 a. C.) fue un líder militar y político de la era tardorrepublicana.
Nacido en el seno de la gens Julia, en una familia patricia de escasa fortuna, estuvo emparentado con algunos de los hombres más influyentes de su época, como su tío Cayo Mario, quien influiría de manera determinante en su carrera política. En 84 a. C. a los 16 años, el popular Cinna lo nombró flamen dialis, cargo religioso del que fue relevado por Sila, con el cual tuvo conflictos a causa de su matrimonio con la hija de Cinna. Tras escapar de morir a manos de los sicarios del dictador, fue perdonado gracias a la intercesión de los parientes de su madre. Trasladado a Asia, combatió en Mitilene como legatus de Marco Minucio Termo. Volvió a Roma a la muerte de Sila en 78 a. C., ejerciendo por un tiempo la abogacía. En 73 a. C. sucedió a su tío Cayo Aurelio Cota como pontífice, y pronto entró en relación con los cónsules Pompeyo y Craso, cuya amicitia le permitiría lanzar su propia carrera política.En 70 a. C. César sirvió como cuestor en la provincia de Hispania y como edil curul en Roma. Durante el desempeño de esa magistratura ofreció unos espectáculos que fueron recordados durante mucho tiempo por el pueblo.


A pesar de que bajo su gobierno la República experimentó un breve periodo de gran prosperidad, algunos senadores vieron a César como un tirano que ambicionaba restaurar la monarquía. Con el objeto de eliminar la amenaza que suponía el dictador, un grupo de senadores formado por algunos de sus hombres de confianza como Bruto y Casio y antiguos lugartenientes como Trebonio y Décimo Bruto, urdieron una conspiración con el fin de eliminarlo. Dicho complot culminó cuando, en las  idus de marzo, los conspiradores asesinaron a César en el Senado. Su muerte provocó el estallido de otra guerra civil, en la que los partidarios del régimen de César; Antonio, Octavio y Lépido, derrotaron en la doble Batalla de Filipos a sus asesinos, liderados por Bruto y Casio. Al término del conflicto, Octavio, Antonio y Lépido formaron el Segundo Triunvirato y se repartieron los territorios de la República, aunque, una vez apartado Lépido, finalmente volverían a enfrentarse en Actium, donde Octavio, heredero de César, venció a Marco Antonio




Sin embargo, su relación más famosa fue con Cleopatra VII. Suetonio cuenta que César remontó el Nilo con la reina egipcia en una nave provista de cabinas; y habría atravesado así todo Egipto y penetrado hasta Etiopía, si el ejército no se hubiese negado a seguirlos. La hizo ir a Roma colmándola de honores y de presentes. Para él era un buen modo de sujetar Egipto, donde quedaban presentes tres legiones, y cuyo papel en el aprovisionamiento de cereales para Italia empezaba a ser preponderante. Sea como fuere, Cleopatra estuvo presente en Roma en el momento del asesinato de César y volvió rápidamente a su país después del crimen.


Marco Antonio (en latín Marcus Antonius; Roma, 14 de enero de 83 a. C. – Alejandría, 1 de agosto de 30 a. C.) fue un militar y político romano de la época final de la República, conocido también como Marco Antonio el Triunviro.
Fue un importante colaborador de Julio César durante la Guerra de las Galias y la Guerra Civil. Gobernó Italia con escaso acierto durante la ausencia de César en 47 a. C., y fue postergado hasta su nombramiento como magister equitum y cónsul, junto con el propio dictador, para el año 44 a. C., en que se produciría su asesinato. Tras producirse éste, Antonio pactó hábilmente con los proclamados Libertadores, que serían amnistiados a cambio de confirmar el acta Caesaris, es decir, la legislación promulgada y los magistrados nombrados por Julio César. Convertido así en el hombre fuerte de la República, se hizo con el tesoro y los papeles de César, y casi de inmediato lanzó al pueblo romano contra los asesinos del dictador, buscando monopolizar el poder. Sin embargo, su intento chocó con la llegada del ambicioso hijo adoptivo de César, Octaviano


Tras la victoria Antonio recibió el control de las provincias orientales del Imperio, entrando en relaciones con la reina Cleopatra VII de Egipto y combatiendo a los partos. La Guerra de Perusa alteró la paz entre los triunviros, y aunque se renovó el pacto en 37 a. C., Antonio fue desentendiéndose cada vez más de los asuntos de Roma, centrándose en sus campañas contra Partia y Armenia, mientras Octavio se concentraba en derrotar a Sexto Pompeyo. Rota al fin la alianza en 33 a. C. y, apartado Lépido de la escena, las disensiones entre Octaviano y Marco Antonio se trocaron en abierta guerra civil en el año 31 a. C. Marco Antonio, aliado con la reina Cleopatra VII de Egipto, fue finalmente derrotado en la batalla naval de Actium, en 31 a. C. De regreso a Alejandría, fue incapaz de hacer frente a las fuerzas del futuro Augusto, suicidándose apenas un año después de su derrota.

Caius Iulius Caesar Augustus (Roma, 23 de septiembre de 63 a. C. – Nola, 19 de agosto de 14 d. C.), en español Cayo Julio César Augusto y conocido como César Augusto, fue el primer emperador del Imperio Romano. Gobernó entre 27 a. C. y 14 d. C. año de su muerte, convirtiéndose así en el emperador romano con el reinado más prolongado de la Historia (en total, 44 años de mandato)

Nacido bajo el nombre de Cayo Octavio Turino, fue adoptado por su tío abuelo Julio César en su testamento, en el año 44 a. C. Desde ese instante hasta 27 a. C. pasó a llamarse Cayo Julio César Octaviano. En 27 a. C. el Senado le concedió usar el cognomen de «Augusto», y por consiguiente se convirtió en Cayo Julio César Augusto. A causa de los varios nombres que ostentó, es común llamarlo «Octavio» al referirse a los sucesos acontecidos entre 63 y 44 a. C., «Octaviano» de 44 hasta 27 a. C. y «Augusto» después de 27 a. C. En las fuentes griegas, Augusto es conocido como κταβίος («Octavio»), Κασαρ («César») o Αγουστος («Augusto»), dependiendo del contexto.

Todavía a ciencia cierta no se sabe donde esta la tumba de Cleopatra, sera un misterio sin resolver o los arqueologos podran encontrar dicha morada,


Fuentes:

No hay comentarios:

Publicar un comentario