domingo, 10 de julio de 2011

Friedrich Nietzsche lo predijo, pero no nos dio herramientas para liberarnos de él. Después del fracaso de las utopías, llegó el nihilismo y, con él, el cinismo.


Friedrich Nietzsche lo predijo, pero no nos dio herramientas para liberarnos de él. Después del fracaso de las utopías, llegó el nihilismo y, con él, el cinismo.


El filósofo Peter Sloterdijk considera que el liberalismo político en la actualidad atraviesa una grave crisis. Nunca antes los términos como liberal o neoliberal aceptado una "connotación vil", como en años anteriores, Sloterdijk escribe en un comentario para la revista "Focus". Nunca antes la "libertad y tan íntimamente asociado con la obsesión fatal con la gente a través de la lujuria, la tensión entre sí."

Como consecuencia de esta observación, concluyó el filósofo, la causa del liberalismo es muy importante "que se deben dejar a los liberales." Si alguna vez vienen a una regeneración intelectual del liberalismo político, que tendría, según Sloterdijk, "proceda del reconocimiento de que la gente no sólo los seres dispuestos, impulsado por la codicia, egoísmo y el consumo" es el ser claros por su falta de emociones y de su hambre de poder exigido. "Ella también llevaba "a tener en cuenta el rendimiento potencial, amplio y superior" en sí misma.

Sloterdijk abogó por la "palabra del liberalismo, que, por desgracia, por más horas de una vida en las galeras de la codicia" levantarse de nuevo para darle un sinónimo "de la generosidad - y la palabra liberal en un sistema de cifrado de la simpatía con todo lo humano despotismos de todo tipo emancipado”.

Quien es este pensador

Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 26 de junio de 1947) Filósofo y catedrático alemán de la Escuela de Diseño de Karlsruhe.
Formado en la órbita de los seguidores de la Escuela de Frankfurt, pronto se dio cuenta de que las obras de Adorno y otros no salían de lo que denominó "ciencia melancólica". Su viaje a la India para estudiar con un famoso gurú, Rajneesh (luego llamado Osho), cambió su actitud ante la filosofía. Su Crítica de la razón cínica, de 1983, estaba aún en ese estilo de crítica de la razón instrumental analizada por sus maestros, las obras que siguieron están imbuidas ya del nuevo espíritu transgresor. No obstante, hay que señalar en Sloterdijk dos tendencias: la ya mencionada rupturista con el pensamiento académico, y otra que se inserta en su labor como profesor universitario, y que lo lleva a cierto didactismo, por no decir enciclopedismo. Mantuvo un célebre debate con Jürgen Habermas sobre el concepto y contenido del Humanismo con motivo de las ideas expuestas en su obra Normas para el parque humano. Esta polémica supuso su entrada en el universo mediático, con consecuencias que no había previsto. Sus finos análisis de Nietzsche y del legado de Heidegger se alternaron con otros libros más personales, en donde desarrolla una fenomenología del espacio que ha denominado esferología: su trabajo más ambicioso hasta la fecha es Esferas, una trilogía compuesta por Burbujas, Globos y Espumas.


Los intereses de Sloterdijk son tan amplios y variados, que superan a muchos de los de sus colegas: la música, el psicoanálisis, la poesía (sobre todo la francesa), la obra de ciertos autores olvidados como Gabriel Tarde, Gaston Bachelard o poco conocidos como Thomas Macho; el arte contemporáneo, la antropología, y un largo etcétera. También se ha preocupado por asuntos políticos, que ha desarrollado tanto en obras de hace tiempo (En el mismo barco) como más recientes (Si Europa despierta), en donde se muestra partidario de una Europa sólida y no sometida a las derivas de las potencias exteriores. Frente al academicismo de otros pensadores, su apuesta por los medios de comunicación, que estudia hace tiempo y sobre los que escribe también, le ha supuesto numerosas críticas. También se distingue del resto por su escritura muy estilizada, literaria incluso, que debe algunos rasgos al impulso de Ernst Bloch o a ciertos franceses virtuosos como Gilles Deleuze, pero adoptando su propia terminología y creación de neologismos arriesgados.


El cinismo postmoderno que, nada tiene que ver con el cinismo griego, el de Diógnes de Sínope, es la consciencia desgraciada de la Ilustración, la cristalización del fracaso y, por lo tanto, una actitud vital caracterizada por la nostalgia y por la imposibilidad de creer ya en algo. Para el cínico nada es claro, nada merece la pena el sacrificio, el esfuerzo, la entrega. Dice el autor: “Dado que todo se hizo problemático, también todo, de alguna manera, da lo mismo. Y éste es el rastro que hay que seguir. Pues conduce allí donde se puede hablar de cinismo y de ‘razón cínica’


El cinismo postmoderno es una expresión del nihilismo. El cínico postmoderno ya no cree en nada, ni en la Patria, ni en la Revolución, ni en el Partido. Ha dejado de confiar en las grandes palabras. En su alma habita el más inquietante de los huéspedes: el nihilismo. Parte de la idea que todo lo sólido se desvanece en el aire, por lo cual, la lucha carece de sentido, como también la revolución.


El cínico es el último eslabón del criticismo, la consciencia desgraciada de la Ilustración, el gato escaldado por las ideologías. Como insinúa Peter Sløter-dijk, sólo se mueve por el instinto de autoconservación a corto plazo. Experimenta una cierta ternura frente al joven alternativo, al rebelde antiglobalización y al ecologista convencido; una suerte de piedad frente a los que sueñan que otro mundo es posible. Viene de vuelta de todo, pero, en el fondo le devora una melancolía que mantiene bajo control emocional. Es un conformista, lleva tatuada en su epidermis la mentalidad TINA (There is no alternative), pero aparenta creer en algo, da la impresión que tiene convicciones y, de hecho, sigue en el Partido, en la Iglesia o en la ONG de turno, pero sólo él sabe que ya no cree en nada más que en conservar su statu quo. El cinismo difuso es el gran mal a combatir, una especie de virus que campa a su aire por el mundo social y político.


El cínico se mira con indiferencia los avatares de la historia. No cree en el poder de la razón y experimenta pasivamente cómo se embrutecen las masas con los medios de comunicación audiovisual y cómo se atrofia la democracia. Sabe, en sus adentros, que el fracaso de la Ilustración que anunciaron los filósofos de la primera generación de la Escuela de Frank-furt, Theodor Adorno y Max Horkheimer, se ha hecho fatalmente realidad en la burbujeante sociedad postmoderna que, más que líquida -con perdón de Bauman-, parece pura gaseosa. Viendo cómo va el mundo desde el sofá de su casa, el cínico, víctima de una sobredosis de telebasura, se pregunta para qué ha servido la cultura de la crítica, la escuela de la sospecha, los grandes maestros pensadores.
Pregunté a mis alumnos cómo se detecta a un cínico; cómo curarse del cinismo, diagnosticarlo a tiempo y combatirlo. Me quedé gratamente sorprendido de sus respuestas. El cínico, por bueno que sea -decía uno-, es un texto camaleónico, que adopta la forma del contexto, un ser sin convicciones que manosea las grandes palabras para mantener su silla. Cuando uno contrasta su discurso público con su vida privada, aflora la incoherencia y el cínico aparece con luz meridiana.


El cinismo es una secreta forma de desesperación y de resentimiento contra toda forma de pensamiento alternativo. En la vida política está alcanzando tal magnitud que uno tiene que luchar firmemente contra su escepticismo para no tirar la toalla. Muchos jóvenes ya la han tirado. No se creen a los políticos cuando hablan y, sin embargo, están sedientos de referentes sociales, de arquetipos ejemplares, de razones por las que merezca la pena luchar. Tienen hambre de épica.
El cinismo genera desconfianza y desesperanza. Frente a él es necesario repetir una y otra vez que otro mundo es posible (y necesario). Contra el fatalismo histórico que anida en el alma del cínico, es esencial reivindicar el poder de la razón y de la participación, el principio esperanza del olvidado Ernst Bloch, la indignación frente al mal y las estructuras de injusticia que ahogan el mundo. Nos conviene recordar que toda realidad viene precedida por un sueño.


El cinismo es el fruto maduro del nihilismo finisecular. Friedrich Nietzsche lo predijo, pero no nos dio herramientas para liberarnos de él. Después del fracaso de las utopías, llegó el nihilismo y, con él, el cinismo. Pero, después del cinismo, ¿qué podemos esperar? Nadie lo sabe con certeza. Será necesario forjar nuevos horizontes de sentido, anclados en el conocimiento real del ser humano, pero con la memoria despierta, pues, de otro modo, podríamos tropezar, una vez más, con la misma piedra.



Se denomina escuela cínica (del griego κύων kyon: ‘perro’, denominación atribuída debido a su frugal modo de vivir) a la fundada en Grecia durante la segunda mitad del siglo IV a. . El griego Antístenes fue su fundador y Diógenes de Sinope uno de sus filósofos más reconocidos y representativos de su época. Reinterpretaron la doctrina socrática considerando que la civilización y su forma de vida era un mal y que la felicidad venía dada siguiendo una vida simple y acorde con la naturaleza. El hombre llevaba en sí mismo ya los elementos para ser feliz y conquistar su autonomía era de hecho el verdadero bien. De ahí el desprecio a las riquezas y a cualquier forma de preocupación material. El hombre con menos necesidades era el más libre y el más feliz. Figuran en esta escuela, además de los ya citados, Crates de Tebas, discípulo de Diógenes, su esposa Hiparquía, y Menipo de Gadara.


Los cínicos fueron famosos por sus excentricidades, de las cuales cuenta muchas Diógenes Laercio, y por la composición de numerosas sátiras o diatribas contra la corrupción de las costumbres y los vicios de la sociedad griega de su tiempo, practicando una actitud muchas veces irreverente, la llamada anaideia. Ciertos aspectos de la moral cínica influyeron en el estoicismo, pero, si bien la actitud de los cínicos es crítica respecto a los males de la sociedad, la de los estoicos es de mera indiferencia.


Diogenes de Sínope (en griego Διογένης ὁ Σινωπεύς Diogenes ho Sinopeus), también llamado Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Nació en Sinope ca. 412 a. C. y murió en Corinto en 323 a. C. No legó a la posteridad ningún escrito; la fuente más completa de la que se dispone acerca de su vida es la extensa sección que su tocayo Diógenes Laercio le dedicó en su Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres
Diógenes de Sínope fue exiliado de su ciudad natal y trasladado a Atenas, donde se convirtió en un discípulo de Antístenes, el más antiguo pupilo de Sócrates. Diógenes vivió como un vagabundo en las calles de Atenas, convirtiendo la pobreza extrema en una virtud. Se dice que vivía en una tinaja, en lugar de una casa, y que de día caminaba por las calles con una linterna encendida diciendo que “buscaba hombres” (honestos). 


Sus únicas pertenencias eran: un manto, un zurrón, un báculo y un cuenco (hasta que un día vio que un niño bebía el agua que recogía con sus manos y se desprendió de él). Ocasionalmente estuvo en Corinto donde continuó con la idea cínica de autosuficiencia una vida natural e independiente a los lujos de la sociedad. Según él, la virtud es el soberano bien. La ciencia, los honores y las riquezas son falsos bienes que hay que despreciar. El principio de su filosofía consiste en denunciar por todas partes lo convencional y oponer a ello su naturaleza. El sabio debe tender a liberarse de sus deseos y reducir al máximo sus necesidades.
Los cínicos despreciaban los bienes materiales, los placeres, las pasiones, las normas sociales y los lazos nacionales. Afirmaban que las costumbres, las creencias religiosas y las leyes se hallaban en oposición a la Naturaleza. Veían a la civilización como algo artificial, antinatural y despreciable. Consideraban como virtud auténtica el vivir conforme a la Naturaleza, con autarquía y autosuficiencia. Valoraban más una vida salvaje que otra sometida a las reglas del rebaño, una vida sencilla que otra refinada y alienante. 

A diferencia de Sócrates, que concedía gran importancia a lo social y al intelecto, los cínicos encontraban la virtud en lo individual y lo no intelectual. Por eso es que no elaboraron una doctrina moral sistemática sino que se constituyeron ellos mismos en testimonio de la virtud, la cual no es un saber sino un modo de vida ascética, de abstinencia y autodominio. Sostenían que la felicidad sólo puede lograrse por la independencia o autarquía y miraban con desprecio a los miembros del rebaño que inútilmente la buscaban en el placer y las riquezas. Practicaban la no satisfacción de los apetitos artificiales o culturales y el dominio de los naturales.

A pesar de su doctrina antiintelectual, seguían llamando "sabio" al hombre virtuoso. Quien vive la autarquía, el dominio de sí, es quien entiende y sabe. 
Con su estilo franco y provocador desconcertaban a sus contemporáneos y desnudaban toda su hipocresía. (Por eso el verdadero sentido de la palabra "cinismo" está asociado al recelo por la naturaleza humana y a la actitud irrespetuosa ante las convenciones sociales.) Hacían deliberadamente lo que los demás se guardaban de hacer por pudor o costumbre, reafirmando así su independencia. 

Sin embargo, cabe destacar que algunos investigadores contemporáneos (D. R. Dudley y F. Sayre) han llegado a afirmar que Antístenes no tuvo nada que ver con la fundación de la escuela y que la relación Antístenes-Diógenes fue un invento posterior para mostrar una descendencia socrática de este último que no era real. Según estos autores, el fundador de la Escuela Cínica habría sido Crates, quien tomó como modelo a Diógenes. Otros investigadores (entre ellos, Hoistad) sostienen que la sucesión tradicional Sócrates-Antístenes-Diógenes sigue siendo la explicación más adecuada. Por su parte, Ferrater Mora señala no sin razón que “el hecho de que el cinismo no hubiera partido históricamente de Sócrates no permite concluir que hubiese sido posible sin Sócrates […] la serie Sócrates-Antístenes-Diógenes, que algunos consideran históricamente inadmisible, resulta psicológicamente verdadera”.
El cinismo en la actualidad, no tiene nada que ver con el cinismo clasico de Diogenes o antistenes.
Se basa en el individualismo, se mezcla con las masas, Desprecia las convenciones morales y sociales, tambien  hace gala de la  manifestación de desencanto y descreimiento.Lo que lo hace muy moralista, y es totalmente indiferente a todo,

Peter Sloterdijk estudio con con un famoso gurú, Rajneesh






Rajneesh Chandra Mohan Jain, 11 de diciembre de 1931 – 19 de enero de 1990), fue un maestro espiritual indio.
En los años sesenta era llamado Acharya Rajneesh, en los años setenta y ochenta Bhagwan Shree Rajneesh y en los noventa Osho. Fue Master en Filosofía, algunos lo denominan filósofo, "gurú  del amor", líder o maestro espiritual, aunque el mismo no se denominaba "filósofo", sino que se definía como un místico, que no enseñaba doctrinas fijas o religión alguna, sino que transmitía la ciencia y el arte de la transformación interna, la conciencia y la propia experimentación de la vida.
Vivió en la India, y durante otras temporadas, en Estados Unidos, inspirando el Movimiento Osho, un grupo descentralizado de alcance mundial que cuenta con muchos seguidores, aunque también con detractores.


Sobre el término “Osho”, él mismo explica que significa “disolviéndose en el océano”. “No es mi nombre”, decía, “es un sonido curativo”
Las enseñanzas de Osho se centran en abordar, desde distintos ángulos, el desarrollo de la conciencia humana hasta alcanzar el grado conocido en tradiciones varias como iluminación. En su discurso, Osho utiliza las enseñanzas de los maestros de distintas épocas, tales como Krishná, Buda, Jesucristo, Lao Tse, Sócrates, Heráclito, George Gurdjieff, etc., para acercarse desde distintos puntos de vista a la cuestión de la iluminación.
Sin embargo, según Osho, su mayor fuente para hablar de la conciencia humana era la experiencia propia: afirmaba que su conciencia se había expandido hasta alcanzar la iluminación a los 21 años.


De acuerdo a su enseñanza, la fuente de la desdicha del ser humano reside en el desconocimiento de su propia naturaleza. Los individuos identifican su “yo” con lo percibido por sus sentidos a todos los niveles. La identificación se produce tanto a nivel físico, con el cuerpo, como a nivel mental, con los pensamientos, y a nivel emocional, con los sentimientos. En cambio, según Osho, la naturaleza verdadera del individuo reside en su conciencia, o la capacidad de atestiguar lo percibido por los sentidos.
La conciencia, o la capacidad de atestiguar, emerge como consecuencia de la práctica de la meditación. La meditación, que puede practicarse por medio de técnicas de lo más variadas, permite al individuo trascender la identificación con el ego, desechando las proyecciones de identidades falsas creadas por la mente.








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