viernes, 3 de diciembre de 2010

Napoleon Bonaparte , el mito de su muerte,


Santa Elena es un territorio de la pequeña isla en el Atlántico Sur. cubre 164 kilómetros cuadrados (425 km cuadrados) y tiene una población de sólo alrededor de 4000 personas. Se compone de la isla de Santa Helena y las dos islas remotas de la isla de ascensión y Tristán da Cunha. El más cercano gran masa de tierra a Santa Elena es más de 1200 millas (2000 km), convirtiéndola en una de las islas más remotas del mundo.


Se hizo famosa por albergar a unos de los personajes, mas interesantes del mundo ,
Corría 1815, y después de su derrota, Napoleón Bonaparte fue condenado al exilio en Santa Helena. Napoleón vivió en Santa Elena,
Durante los seis años que estuvo allí, la isla se convirtió en mucho menos hospitalaria a los buques de entrantes y, a continuación, un mucho mayor contingente de tropas británicas era siempre alrededor, fueron numerosos los visitantes y miembros de la familia de Napoleón. Santa Elena se convirtió en hacinamiento bastante en este período, y suministros deben importarse desde el mundo exterior,



Hay mucha intriga  y ocultamiento sobre la muerte del emperador, fallece a los 51 años, fue muerte natural o fue asesinato bien planeado,  para darle una muerte lenta que pasara desapercibida, a los ojos del mundo,
El arsénico descubierto en el análisis de sus restos fue suministrado por alguien, o se lo tomo como medio para superar su depresión final,

Cada vez se están reuniendo mas pruebas de que napoleón fue efectivamente, asesinado,
La primera de ellas fue la extraída de un mechón de cabellos del emperador, con el que el laboratorio forense del FBI en Washington y el laboratorio de investigación nuclear de Londres han confirmado la presencia de restos de arsénico

Gracias al departamento de medicina forense de Glasgow, además, se pudo determinar la proporción progresiva en que el arsénico entro en su cuerpo  durante el mes anterior a su muerte,

Sin embargo, esa gran cantidad de arsénico en su cuerpo no indica a ciencia cierta que alguien se lo suministrara sin su consentimiento, pues aquella época se usaba también, en pequeñas cantidades, como droga que daba la sensación irreal de superioridad y fuerza.

En medicina, además, se tomaba arsénico contra vómitos, contra el estreñimiento y contra la depresión

En mayo de 1821, el Emperador Napoleón I moría en la isla de Santa Helena donde lo había deportado el gobierno inglés al que se había confiado, pues, y es triste constatarlo y escribirlo, aquel hombre de inteligencia supra-humana, creyendo en el honor de la corona británica, pensaba que sería asignado a residencia en tierras de su más implacable –y de su más despreciable enemigo: Inglaterra


 Desde esa fecha, la causa oficial (supuesta) de la muerte: un cáncer del estómago, no había sido nunca puesta en duda.
En los años 60, al leer las Memorias, recientemente publicadas, de un compañero de deportación del Emperador, su primer valet de cámara, Luis Marchand,  Sten Forshufvud, un estomatólogo sueco quien había realizado estudios de toxicología en Francia, se percató de que algunos de los síntomas descritos con toda inocencia por el sirviente podían dar a pensar en una intoxicación al arsénico.



Tras varias dificultades, logró procurarse, a través de un historiador francés muy reputado en aquella época, un cabello (perfectamente identificado) de Napoleón, y lo hizo analizar en la universidad de Glasgow, en donde un científico, el profesor Hamilton Smith, acababa de afinar un método que permitía revelar de manera infalible la presencia de arsénico.
Al revelarse el análisis positivo –había claramente arsénico en ese cabello de Napoleón el « detective-historiador » aficionado sueco, empeñado en proseguir con su indagación, buscó procurarse más cabellos. Sin embargo, a partir de ese momento, en Francia, todas las puertas se cerraron ante él.

Fue del extranjero: Suiza, Australia, Estados Unidos, de donde llegó la ayuda, pues el artículo que Forshufvud había publicado en una revista científica anglosajona, Nature, no había pasado desapercibida.
Todos los análisis a los que procederá el profesor Hamilton Smith desembocarán en el mismo resultado: el arsénico estaba bien presente – y en grandes cantidades – en los cabellos de Napoleón.


Lejos de Suecia, en Montreal, un hombre de negocios internacional, el canadiense Ben Weider gran admirador de Napoleón, tenía él también algunas dudas acerca de las causas reales de la muerte del soberano más célebre de la historia de Francia –y para el autor de estas líneas– del mundo.
En 1963, sobrevino el encuentro decisivo: los dos hombres decidieron trabajar juntos para establecer los medios propios para hacer progresar las investigaciones y apuntalar esta tesis. Ninguno de ellos se imaginaba que el camino sería tan largo, tan lleno de escollos, de desprecio y de irrisión.

En 1974, Ben Weider tomó definitivamente el relevo. Algunos cabellos confiados por Ben Weider al servicio de Química-Toxicología del FBI confirmaron en todos los puntos las conclusiones de los análisis del científico de la universidad de Glasgow,
Como los resultados obtenidos por el FBI, presentados oficialmente en París, en el Senado, el 4 de mayo de 2000, no habían logrado, si no a ganarse la adhesión de los historiadores franceses, al menos a convencerlos a entablar una discusión sobre una tesis que comenzaba a reposar sobre bases científicas serias, Ben Weider decidió confiar cinco mechones de cabellos (perfectamente identificados igualmente) del augusto desaparecido a un laboratorio francés, líder reconocido en el ámbito de los análisis toxicológicos de los cabellos.
No entro tampoco en los detalles científicos, pero creo útil precisar que, como acaecido previamente, los análisis, realizados por el  Doctor Pascal Kintz, entonces presidente de la Sociedad Francesa de Toxicología Analítica (Société française de toxicologie analytique), llegaron a las mismas conclusiones que todas las precedentes… y que recibieron de parte de los historiadores Napoleónicos franceses el mismo acogimiento despreciativo y deshonestamente dubitativo.
Brevemente resumida, su posición era, y es aún: no se trata más que de una mala novela policíaca.

La ofensiva contra la « mala novela policíaca » tomó una dimensión suplementaria en noviembre de 2002 con la publicación de un artículo en una revista de vulgarización científica francesa: Science & Vie.
Dicha revista había hecho proceder –por parte de un laboratorio oficial del Estado francés, el de la Prefectura de Policía de París– a unos análisis cuyos resultados, extrañamente, fueron… contrarios a los obtenidos en todos los otros: el arsénico no estaba en sino sobre los cabellos de Napoleón. Sobrentendido, todo este asunto de envenenamiento no era más que viento. Pero esas conclusiones, que, igual de extraño, recibieron los honores de la prensa, no eran nada menos que una puesta en duda de los trabajos precedentes establecidos por los demás científicos.
En colaboración con la universidad del gran ducado de Luxemburgo, el doctor Kintz procedió entonces a una nueva serie de análisis, con el fin, esta vez, de ir a « explorar » en el interior de los cabellos de Napoleón.
¿Y qué descubrió?
Que el interior de los cabellos, su « médula espinal » de alguna manera, estaba impregnada de arsénico (las imágenes son visibles en las páginas de este sitio), lo que refutaba definitivamente lo que bien hay que llamar púdicamente los análisis « de complacencia » comanditados por la revista nombrada más arriba.

Como, en varias ocasiones, los historiadores Napoleónicos franceses habían sostenido que el arsénico hallado en los cabellos de Napoleón podían tener su origen en el humo de la estufa o en las emanaciones del papel tapiz –sin interrogarse acerca del hecho de que Napoleón haya podido ser la única víctima de éstos– el doctor Kintz, para entonces Presidente de la Asociación Internacional de Toxicólogos Forenses (TIAFT), redujo nuevamente a nada esas suputaciones de mala fe por medio de una nueva serie de análisis, identificando esta vez la naturaleza del tóxico: Arsénico mineral, el más tóxico conocido, llamado comunmente raticida o « mata-ratas ». Estos estudios son también visibles en este sitio.
En los documentos propuestos, podrán también oír las palabras de un historiador, antiguo director de investigaciones en el prestigioso Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS de Francia), quien les explicará cómo, después de haber osado decir que la tesis del envenenamiento « valía más que el desprecio », vio los micrófonos cerrarse definitivamente frente a él, a pesar de una treintena de años de buenos y leales servicios al servicio de la historia napoleónica.
Un comportamiento digno de los « grandes días » de la época estaliniana. ¡Menos el gulag!
Este documento, por él mismo, resume perfectamente la cuestión: a pesar de su realidad científica, esta tesis está prohibida en Francia.

Y he aquí esta extraña « excepción » francesa anunciada en el título: después de haberse « auto-adjudicado » a Napoleón y el Primer Imperio, un pequeño grupo de historiadores napoleónicos, « auto-proclamándose » censores de referencia de la cuestión científica, se autorizan a ridiculizar abierta y públicamente esta tesis del envenenamiento, echando, al mismo tiempo, el velo del descrédito sobre los trabajos científicos de muy alto nivel a los que no entienden nada y, lo que es peor, sobre quienes los realizaron.

La pregunta que se plantea hoy ya no es saber si Napoleón fue envenenado, sino, más bien, preguntarse porqué está prohibido, en Francia, hablar de ello y hacerlo saber.

Según los diarios de algunos que le acompañaban  a Napoleón, poco a poco Bonaparte fue cayendo en la tristeza.
El ambiente de la isla era tenso; por un lado el oficial ingles, era implacable y duro ;por el otro, su sequito que se había visto abocado a vivir desterrado allí por culpa de su señor.
Sus mejores amigos lo fueron abandonando poco a poco.
Empezaron a aquejarle enfermedades como el cólera, o la hepatitis.
Incluso alguno recomendó que lo sacaran de aquel ambiente e insalubre, como hizo el medico irlandés O`Meary.
Napoleón estuvo incluso sin medico alguno que lo visitara o cuidara. Sin embargo, todos aquellos informes médicos eran alterados o se perdían, e incluso, uno de los médicos que lo trato, Jhon Stooke , fue llevado a un consejo de guerra por haberle diagnosticado hepatitis cronica. Entre terrible dolores que el mismo contaba en sus cartas …”un cuchillo clavado que alguien se complace en remover”…
La autopsia que se practico al cadáver, por el galeno Antommarchi (su ultimo medico) se decanto como motivo de la muerte un cáncer de estomago. Curiosamente, lo primero que debería observarse es que por un cáncer de ese calibre, la persona que lo padece termina en un estado de absoluta delgadez, y napoleón murió muy gordo, casi hinchado.



Resumiendo, Napoleón  murió enfermo, no solo por el ambiente de la isla a la que llego, ni por su tristeza ni por su soledad. Alguien administro arsénico  al emperador, y una dosis final que posiblemente fue la que provoco aquel acceso final. La mezcla de calomel que le suministraron, junto con almendras amargas (sabor arsénico) era un coctel letal muy conocido  en la época. Además, tártaro emético  que le dieron para los vómitos, casualmente, contribuía a esconder el sabor y el olor de almendras amargas.
Los principales responsables fueron los médicos que, si es que no participaron, fueron incapaces de encontrar la razón de su enfermedad, Tampoco su sequito podía dejar de ser sospechoso, no solo por el trato tiránico de Bonaparte, sino por haberse visto abocados a vivir en la isla, y por las ganas que seguramente todos tenían de volver a Francia, cosa que ocurría en cuanto napoleón muriera. Algunos, incluso, fueron beneficiados con el testamento de Bonaparte. Y si esos son motivos más que suficientes, también lo son los políticos, pues la monarquía francesa no quería dejar la posibilidad de que algún día napoleón Bonaparte pudiera volver al poder.  Igualmente, la corona Británica  estaba muy interesada en la muerte del emperador, pues su mantenimiento en la isla le costaba ocho millones de libras anuales.

Y como sospechosos materiales, siempre quedarían para la historia, aquellos que estuvieron en la isla junto a Napoleón desde su llegada a Santa Elena y estuvieron con el hasta el final, pues el arsénico debió administrarse letalmente  y en su comidas habituales: el general Montholon, el mariscal Bertrand y su ayuda de cámara Marchand …
Pero Bartrand en los últimos años e iba y venia al lugar de residencia del emperador, por la que sus posibilidades eran menores, Marchand por contar, se le consideraba un amigo fiel, e incluso su madre trabajaba para la emperatriz María  Luisa, por lo que difícilmente se atrevia a hacer algo en contra de Bonaparte…queda Montholon, general gracias al rey Luis XVIII(unos de los principales interesados en que Napoleón desapareciera y así  asegurase la corono) los celos por la relación de su esposa con Bonaparte(del que incluso nació un hija a la que llamo “la Bonaparte” por que  se pensaba que era de Bonaparte y no de Montholon, sus deudas y la fortuna que recibiría del testamento del emperador , para muchos quedara que el conde de Montholon, quedara para siempre como el principal sospechoso del asesinato de Napoleón Bonaparte.
Siempre quedara en la historia la intriga y el misterio que rodea a esta muerte de un gran personaje, es mas una historia de Agatha Christie, que la muerte de un personaje que cambio para siempre la historia del mundo,.....
"Nunca sabréis quiénes son vuestros amigos hasta que caigáis en desgracia." Napoleón Bonaparte….

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