lunes, 15 de agosto de 2011

Los secretos, de machu picchu


Los secretos, de machu picchu
foto tomada por Bingham en 1912

Machu Picchu (del quechua sureño machu pikchu, "Montaña Vieja") es el nombre contemporáneo que se da a una llaqta (antiguo poblado andino inca) de piedra construida principalmente a mediados del siglo XV en el promontorio rocoso que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu en la vertiente oriental de los Andes Centrales, al sur del Perú. Su nombre original habría sido Picchu o Picho.




La quebrada de Picchu, ubicada a medio camino entre los Andes y la floresta amazónica, fue una región colonizada por poblaciones serranas, no selváticas, provenientes de las regiones de Vilcabamba y del Valle Sagrado, en Cuzco, en busca de una expansión de sus fronteras agrarias. Las evidencias arqueológicas indican que la agricultura se practica en la región desde al menos el 760 a. C. Una explosión demográfica se da a partir del Período Horizonte Medio, desde el año 900 de nuestra era, por grupos no documentados históricamente pero que posiblemente estuvieron vinculados a la etnia 
Tampu del Urubamba. Se cree que estos pueblos podrían haber formado parte de la federación Ayarmaca, rivales de los primeros incas del Cuzco. En ese período se expande considerablemente el área agrícola "construida" (andenes). No obstante, el emplazamiento específico de la ciudad que nos ocupa (la cresta rocosa que une las montañas Machu Picchu y Huayna Picchu) no presenta huellas de haber tenido edificaciones antes del siglo XV.



Las 46.000 piezas arqueológicas que la universidad de Yale se ha comprometido a devolver a Perú constituyen el 'archivo' que permitirá a los investigadores peruanos leer de principio a fin la historia de la ciudadela Machu Picchu, hasta ahora un misterio sin resolver.
A través de los restos humanos, las piezas de tela y los objetos de cerámica y metal que hiram Bingham III 'tomó prestados' entre 1912 y 1916, los arqueólogos esperan confirmar o refutar sus hipótesis sobre el uso dado por el imperio inca a la ciudadela.
Estos objetos son tesoros, pero no desde un punto de vista económico. Los sucesivos saqueos e incendios que desde el siglo XVI sufrió Machu Picchu acabaron con los objetos de oro y con las tumbas más fastuosas. El valor de los objetos, explica Luis Lumbreras, ex director del Instituto Nacional de Cultura, es testimonial.


"Los restos son testimonios que equivalen a documentos cuya lectura nos van a decir cómo vivían, de donde venían o qué tipo de ceremonias religiosas practicaban", narra el arqueólogo. "Este valor testimonial es más importante que el económico o artístico, ya que permite recuperar nuestro patrimonio histórico y cultural".
Un patrimonio del que Perú lleva privado un siglo. En 1916, el país autorizó a través de un decreto supremo que el famoso explorador sacara las piezas arqueológicas de la ciudadela para su estudio en la universidad de Yale sólo por un plazo de 18 meses.


Sin embargo, los 74 cajones que según documentos de la época salieron por mar rumbo a Estados Unidos nunca retornaron.
Los arqueólogos peruanos esperan obtener gratas sorpresas del estudio de las piezas. Entre ellas, probar que la ocupación de Machu Picchu es más antigua de lo que hasta ahora se cree.


Efectuando la prueba del Carbono 14 a los restos humanos y animales y estudiando los diseños cerámicos, los investigadores esperan establecer quienes vivieron en Machu Picchu y desde donde llegaron.
Según explica a ELMUNDO.es el arqueólogo Luis Lumbreras, a Machu Picchu fueron traídas poblaciones de lugares lejanos como la costa o incluso del noroeste argentino siguiendo la política inca de reasentamiento (en quechua mitmaqkuna) de grupos humanos para cumplir funciones económicas, sociales, culturales, militares o políticas.


Estos mismos restos permitirían atestiguar si la ciudadela habría sido invadida por los conquistadores españoles entre 1540 y 1571, fechas en las que los cronistas atestiguan que existieron incursiones españolas en la búsqueda de las 'guerrillas' de resistencia de Inca.
Para los investigadores peruanos, el sitio arqueológico era un centro religioso y ceremonial. Sin embargo, sus características específicas nunca han podido ser estudiadas por la falta de vestigios testimoniales.
Lumbreras espera poder confirmar o descartar definitivamente la hipótesis de que Machu Picchu haya sido un mausoleo con un uso comparable al de las pirámides de Egipto.
Según esta hipótesis, en Machu Picchu se habría guardado la momia del Inca Pachacutec, quien convirtió al Estado inca en un gran imperio. Según el cronista Juan de Betanzos, quien acompañó a las huestes de Pizarro y Almagro, la tumba de Pachacútec estaba flanqueada por una gran efigie de oro.


Las piezas que Yale tendría en su poder y que habrían sido encontradas en el área en la que supuestamente se encontraba la tumba de este poderoso Inca, podrían dar fe o desmentir para siempre esta tesis del mausoleo.
Nace un mito,
Muchas teorías se han escrito sobre qué uso tenía la popular ciudad, desde las más antiguas que señalan que era la residencia de descanso del emperador, hasta las ideas actuales que destacan la importante función que cumplió como nexo entre las zonas andinas y amazónicas del Imperio.

El director del Parque Arqueológico de Machu Picchu, Fernande Astete, es un decidido defensor de esta última versión: una ciudad a medio camino que servía como centro político, religioso y administrativo.

Con una población estimada de unas 500 personas, las tierras de cultivo en los alrededores no generaban suficiente alimento para mantener a los habitantes de Machu Picchu, lo que obligaba a que hubiera una relación de intercambio comercial con el exterior.

Así, a la ciudad llegaban tanto los productos tradicionales de los Andes, como los tubérculos y la carne de camélidos, como productos básicos para la cultura inca como la hoja de coca, la madera de chonta (palma espinosa) o las plumas de aves exóticas, todas ellas provenientes de la selva alta.

Este intercambio comercial se sustenta también en los ocho caminos de entrada y salida que tiene Machu Picchu, algo que para Alfredo Mormontoy, arqueólogo de la Universidad San Antonio Abad de Cuzco, desmonta la opinión romántica de una fortaleza militar.



"Para aceptar un carácter militar debería haber fortificaciones y pocas vías de acceso, lo que no es el caso", señaló Mormontoy.

El arqueólogo peruano también dice que los años de investigaciones sobre el terreno han mostrado pruebas de una ocupación continua de la ciudad, así como personas de diferente rango social, desde pueblo llano a elite gobernante.

Esto elimina la posibilidad, basada en documentos del siglo XVI, de que Machu Picchu fuera un sitio de descanso del emperador y refuerza la idea de un centro poblado y con actividad continua.



Las investigaciones de Mormontoy sí abonan, sin embargo, otro de los supuestos que rondan a la ciudadela a la que Hiram Bingham llegó en 1911: que fue abandonada de improviso y con la idea de no retornar.

"Mis investigaciones en 2004 me han permitido encontrar gran cantidad de ofrendas en el templo del sol. Ofrendas que tapaban todo el sistema de drenaje, algo que sólo tiene sentido tapar en el momento en que sabes que nadie va a regresar nunca más", explicó el arqueólogo.

Los estudios también muestran aspectos como que Machu Picchu fue una ciudad inacabada y que las canteras de donde se sacaba el material para la construcción se encontraban en el propio recinto.

Aunque se inició, según las dataciones de carbono 14, hacia 1430, unos 100 años antes de la llegada de los conquistadores españoles, cuando fue abandonada aún continuaban los trabajos de construcción, como muestran la presencia de muros en proceso de pulido y rampas para el transporte de piedras aún por cortar.



Sin embargo, el propio investigador peruano señala que aún falta mucho por descubrir sobre las imponentes y populares ruinas pues las últimas investigaciones muestran que, a pesar de todo el trabajo que se ha realizado en Machu Picchu, sólo alrededor del 60 por ciento de la misma ha sido investigado.
Los constructores de la ciudadela incaica de Machu Picchu, al sureste de Perú, dejaron plasmados los dibujos de cóndores, alpacas y llamas en su estructura, que sólo pueden ser vistos bajo los rayos del sol y en determinadas fechas del año.

Otros mitos,

Hace más de 600 años, los artífices de la ciudadela incaica "se guiaron por los astros, las montañas y los ríos" para elegir el lugar exacto de la construcción de Machu Picchu, relató el investigador Zadir Milla.

En segundo lugar, agregó el semiólogo peruano, el santuario arqueológico era "un centro de peregrinaje" donde se enseñaba el cosmos a una élite y era también "un observatorio astronómico".

"La cultura andina es cosmocéntrica, donde todo forma parte de una armonía integrada y los seres constituyen una familia", indicó Milla, autor de la investigación "El código secreto de Machu Picchu". En tal sentido, Machu Picchu fue una escuela para que sus gobernantes se preparasen en el conocimiento del universo y la única forma de hacerlo era verlo en movimiento, entre las montañas, en las diversas estaciones del año y bajo los astros.

Cuando uno ve la ciudadela desde la altura, puede observar que la montaña de Machu Picchu tiene la forma de un cóndor con las alas abiertas, ave que en la cosmovisión andina representa al sol, el dios creador de la vida y la fecundación.

Estas imágenes pueden verse con la luz del sol del mediodía los 21 de junio, pero el templo de Huiracocha tiene también una serpiente enrroscándose, esculpida en piedra, que sólo puede verse claramente bajo el sol a partir del 30 de octubre. Milla relató que hay otro ambiente llamado los ojos que lloran, también conocidos como la sala de los espejos astronómicos, donde a través de una ventana se refleja la luz del equinoccio los días 23 de marzo, 21 de junio y 21 de septiembre.

Como descubrieron estas ruinas,

En sus primeras expediciones por los Andes, Hiram Bingham, oyó hablar de una ciudad perdida, al noroeste de Cuzco, que los conquistadores nunca habían conseguido encontrar. Bingham siguió muchos senderos, pero al final de ellos sólo encontró chozas en ruinas. Durante tres días, mientras los indios iban abriendo un camino por la selva, fueron subiendo trabajosamente por sendas casi impracticables. Una mañana apareció en su campamento un campesino que les refirió un relato sobre ciertas ruinas que yacían en la cima de la montaña al otro lado del río. El 24 de julio era un día frío y lluvioso, y los compañeros de Bingham estaban exhaustos, sin ánimos de continuar la ascensión. Bingham, que no tenía muchas esperanzas, logró convencer al campesino Melchor Arteaga y al sargento Carrasco para que le acompañaran.


 Primero cruzaron el río, mediante un frágil puente construido por los indios y atado con ramas. Después, subieron la ladera a gatas. Por fin, después de una ascensión agotadora de más de 700 metros, llegaron a una choza de paja, donde dos indios que allí había les ofrecieron agua fresca y patatas hervidas, y les dijeron que justo a la vuelta había unas viejas casas y muros. Bingham dio la vuelta a la colina y se quedó maravillado con el espectáculo que tenía ante sus ojos. Primero vio cerca de cien terrazas de piedra escalonadas, admirablemente construidas, que medían centenares de metros: Una especie de granja gigantesca que cubría la ladera y se alzaba hacia el cielo.


Pero Hiram Bingham, no fue el primer europeo en llegar a la ciudad,
En 1902 Agustín Lizarraga era un arrendatario de tierras cuzqueño cuyo apellido indica que era descendiente de vascos. Llegó a Machu Picchu el 14 de julio de 1902 guiando a otras tres personas, entre las cuales se encontraba otro hombre con indudables orígenes vascos: Justo Ochoa.
Los cuatro visitantes dejaron un grafiti con sus nombres en uno de los muros del Templo de las Tres Ventanas. Al parecer, Lizarraga intentaba aprovechar las terrazas situadas en la ciudad inca para sus propios cultivos y decidió dejar su impronta para la posteridad.


grafittis
Esta exploración del descendiente de vascos tuvo precedentes, según testimonios orales expresados por el propio arrendatario, ya que él mismo alcanzó el poblado pétreo años antes acompañado de Luis Béjar Ugarte, cuyo segundo apellido tampoco deja dudas sobre la tierra de nacimiento de sus antepasados.
El testimonio de Lizarraga desapareció en el tiempo y resulta evidente que resultó perjudicial su temprana y extraña muerte. Su pista se perdió en 1912 cuando trataba de cruzar el río Urubamba y, al parecer, las fuentes corrientes provocadas por la crecida del caudal lo arrastraron sin que se encontrase su cadáver.


Melchor Arteaga
Sin embargo, su viuda y descendientes resaltaron que en sucesivas visitas encontró en algunas zonas de Machu Picchu objetos de cerámica, piedra, oro y plata, que vendió a un comerciante rico de Cuzco.
La viuda de Lizarraga heredó algunos tesoros en metales preciosos que donó al convento de Santa Clara, situado en el propio Cuzco
Otro vasco con Bingham La conexión vasca, aunque lejana, también acompañó al propio Bingham en su primer contacto con la ciudad perdida. Esa jornada de julio de 1911 le guió hasta las cercanías de Machu Picchu el arrendatario de tierras, Melchor Arteaga. En las proximidades del poblado inca encontraron a dos familias de campesinos que residían allí. Una de ellas se apellidaba Recharte, por lo que no resulta difícil deducir que podría tratarse de una derivación de Recarte. 


De hecho, uno de los niños de esa familia, Pablo Recharte, guió a Bingham hace un siglo hacia la zona urbana cubierta por la maleza.
Con todo, los precedentes de que el poblado inca ya tenía acento vasco se remontan al siglo XVIII. En concreto, una antigua escritura indica que doña Manuela Almirón y Villegas vendió los terrenos denominados "Picchu, Machupicchu y Huaynapicchu a don Pedro de Ochoa el 8 de agosto de 1776 en 350 pesos".








Los eternos custodios, de Machu Picchu




















Fuentes:

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